El verano que acabamos de pasar (el mes de agosto) ha sido espacialmente turbulento en noticias económicas y acontecimientos financieros, con fuertes altibajos (más bajos que altos) en la valoración del riesgo de la deuda soberana, especialmente la española, a lo que se ha unido la italiana y sobre la francesa también han recaído algunas dudas. En España ha habido algo tan inaudito como un cambio constitucional, diseñado de la noche a la mañana y forzado por sospechas fundadas de intervención exterior. No se sabe si lo inaudito es el cambio constitucional (que sí lo es) o el inesperado acuerdo PSOE-PP convergiendo sus intereses y preocupaciones en una noche después de siete años de inexplicables desencuentros. Estos hechos tan convulsivos hacen que las noticias queden atrasadas en un día. Las de ayer ya son antiguas. Y las de hace un mes ni se recuerdan. Pero, a pesar del olvido aparente, hay noticas que reflejan actitudes. Y éstas no se pasan de forma tan caduca. En junio y julio se dijeron cosas que merecen alguna reflexión precisamente por lo que reflejan de actitudes que siguen siendo actuales. Vale la pena reflexionar sobre algunas de esas cosas que se dijeron.
El Presidente de la CEOE disparó en junio y julio diversos dardos. Algunos no merecen respuesta, como poner en el disparadero a los funcionarios «ineficientes» y a los parados que se inscriben en las listas del desempleo «porque sí» (El País 19/7/2011). De la excepción se hace la regla. Inexplicable! También dijo que «los empresarios tienen pánico a contratar porque no tienen confianza». (El País 9/6/2011) Y no pasó nada, nadie se turbó. ¿Es posible que el “padre” Estado sea el que haya de dar confianza a todos mientras las empresas rompen la credibilidad trasladando al individuo los riesgos, la precariedad en el empleo y rogando la facilidad del despido? La confianza, ¿quién la da y quién la corrobora? ¿Tan solo se da desde arriba y ésta es tan sólida que si la contratación para un puesto de trabajo acumula todas las precariedades no se tambalea? Están ocurriendo cosas en el mundo de las empresas difíciles de entender.
También planteó el Presidente de la CEOE un decálogo para salir de la crisis (o hacer que las cosas de la economía comiencen a funcionar). Estas propuestas eran: 1) nuevo contrato fijo con despido más barato, 2) rebaja de cotizaciones, 3) condiciones laborales más flexibles, 4) reforma de la financiación económica, 5) capacidad de las CC.AA. para modificar IVA y los impuestos especiales, 6) trámites administrativos autonómicos más simples, 7) potenciar sistemas extrajudiciales de resolución de conflictos, 8) copago en la sanidad y en la educación, 9) acelerar la reducción del gasto público y 10) impulsar la cultura del esfuerzo en la educación (Cinco Días 22/6/2011). Es curioso que entre sus propuestas no haya ninguna que haga referencia a los propios empresarios. Todo depende, según él, de que existan condiciones más flexibles (precarias, diría Ulrich Beck) en las relaciones laborales. O sea, que si se puede despedir mejor habrá más empleo y las cosas funcionarán mejor. Sorprende, también, que la CEOE, que siempre demandó una armonización fiscal en todas las Comunidades Autónomas, plantee ahora la cesión a las Autonomías para determinar las condiciones fiscales. Y, cómo no, defiende el copago sanitario y educativo. Todo eso hará que las condiciones que generan confianza a las empresas funcionen. ¡Qué cosas! ¡Si hay copago el empresario se animará y esto comenzará a funcionar!
Es cierto que la crisis está vapuleando las condiciones que faciliten un mejor funcionamiento del mercado para que éste tire de la producción. Pero igual de cierto es que la confianza se crea desde el colectivo social sin que existan grietas que dejen entrever frenos a las expectativas positivas que crea esa esperanza. Esas grietas están acompañadas de una lluvia de mensajes negativos donde los empresarios no se animan si no se les permite mayor flexibilidad (precariedad) en el empleo. Está apareciendo un lenguaje que suena a años pasados donde la responsabilidad social era un concepto dormido (no existía) y la producción en masa justificaba todas las decisiones empresariales.
Pero entonces la creciente acción sindical existente relativizaba estos planteamientos. Los empresarios lo entendieron y, deseosos de mejorar las condiciones productivas, asumieron la acción sindical, investigaron e idearon sistemas y mecanismos que reforzaran el sentido de pertenencia de los trabajadores en la empresa (círculos de calidad; equipos autónomos de producción; participación en las decisiones de la empresa; concepción de la empresa como conjunto plural de accionistas, gestores y trabajadores; organigramas horizontales…) Ideas que suenan lejanas y contrarias a la obsesiva propuesta actual de flexibilizar (precarizar) las relaciones laborales. Parece que se han situado en una etapa histórica anterior al esfuerzo por buscar el sentido de pertenencia en el interior de la empresa. Los empresarios, salvo excepciones, han perdido el sentido de empresa como grupo, colectivo integrado que trabaja en direcciones e intereses convergentes y, por el contrario, han reforzado viejas ideas relacionadas con la venta de la fuerza del trabajo, tan movilizadora de los planteamientos marxistas y cuestionada por ideólogos económicos (Karl Polanyi).
Da la impresión de que andamos para atrás y de que la crisis justifica planteamientos injustificables tiempo atrás. ¿Será que las cosas avanzan demasiado deprisa y si te separas te quedas parado? Si es así, viene a cuento lo que la reina dijo a Alicia en su país de las maravillas: “lo que es aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido”. A lo mejor es más cómodo pararse, desde luego no es lo más expresivo de responsabilidad social. Por cierto, esto de la RSE es un concepto muy reciente que no merece ser olvidado tan pronto.