20 años después del nacimiento del Observatorio de RSC, reivindicamos el concepto de Responsabilidad Social Corporativa frente a otras alternativas que, a nuestro juicio, resultan más limitadas a la hora de describir el modo en que las empresas deberían relacionarse con los entornos sociales y ambientales que pueden verse influidos por sus actividades y cadenas de valor.
La reciente celebración del vigésimo aniversario del Observatorio de RSC acogió dos mesas de diálogo entre expertos en este ámbito. El conversatorio ofreció una perspectiva general de la evolución de la RSC en las dos últimas décadas, con sus luces y sus sombras. Entre estas últimas, figura a nuestro juicio la progresiva pérdida de protagonismo del concepto de RSC frente a otros términos como “sostenibilidad”, “gestión de aspectos Ambientales, Sociales y de Gobernanza (ASG) o “contribución de la empresa a los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)”
En un artículo publicado recientemente en Diario Responsable, Orencio Vázquez, coordinador del Observatorio, señalaba lo siguiente: «A pesar de que el debate sobre las implicaciones de la RSC sigue vigente, observamos una voluntad de abandonar el término como referente de la gestión de riesgos, impactos y externalidades de la empresa y sustituirlo progresivamente por otros más complejos, generalistas y difusos, lo que dificulta la comparabilidad y la evaluación de la empresa».
No se trata, por lo tanto, de un simple cambio de etiquetas. Aunque dichos conceptos remiten en gran medida a un campo semántico en común (empresas más “amigables” con las personas y el medioambiente), lo hacen desde diferentes perspectivas, y estos diferentes enmarcados tiene consecuencias a la hora de interpretar el papel de las empresas en el modelo de desarrollo económico.
Bajo el enfoque de “sostenibilidad”, normalmente se han privilegiado los aspectos medioambientales de la actividad empresarial, quedando los impactos y riesgos sociales (o las facetas sociales de los riesgos medioambientales) en un segundo plano. Adicionalmente, fenómenos como el greenwashing dan cuenta de la existencia de contradicciones en la gestión del impacto ambiental por parte de las grandes empresas, así como del uso de argumentos ligados a la sostenibilidad bajo una lógica propagandística y acrítica.
Considerando los “aspectos ASG”, en muchos casos se ligan con medición de impacto y se cae en cuestiones generalistas, poco relevantes para la organización, que se basan en métricas escasamente significativas o sobre las cuales no hay adecuados niveles de transparencia en cuanto a las variables más relevantes. Ejemplo de este tipo de interpretaciones son, en muchos casos, la arquitectura de los esquemas de remuneración variable de la alta dirección, o la inclusión de estos “aspectos ASG” en las matrices de competencias de los consejos de administración de las sociedades cotizadas.
El reporte de la “contribución a los ODS” o los Informes de Progreso del Pacto Mundial de Naciones Unidas desde el ámbito empresarial, así como otras iniciativas voluntarias, pueden tener un impacto positivo, pero la información recopilada y reportada no está sometida a procesos de evaluación y verificación independiente. Dichas iniciativas, y los documentos emitidos en base a la adhesión a las mismas, deben ser complementarios a la regulación, no entenderse como un sustituto o “sucedáneo” de la labor legislativa y de vigilancia de cumplimiento por parte de los Estados y los organismos supra o subnacionales.
La RSC es un concepto dinámico e imposible de aprehender en una única definición, sin embargo, continúa siendo un ancla para la gestión sostenible de las organizaciones desde la integralidad respecto a sus impactos y estrategia. Analicemos de modo más detenido cada uno de los componentes de esta sigla:
La R, de Responsabilidad, nos habla de empresas que se responsabilizan de los impactos que su actividad genera en el entorno. No se trata de empresas que, inspiradas por una suerte de altruismo benefactor, deciden “hacer algo bueno” de modo voluntario y más bien desligado de los aspectos centrales de la gestión o el modelo de negocio. Hablamos de empresas que deben responsabilizarse de cumplir con la normativa (y asumir las consecuencias en caso de incumplimiento), pero también de ir un paso más allá cuando esta se revela insuficiente respecto al alcance de sus impactos sociales y ambientales.
La S, de Social, sitúa a la empresa en un contexto más amplio que el de la lógica mercantil. La empresa aparece con un actor social que puede influir y ser influido por su entorno, frente al cual tiene una serie de responsabilidades complejas e interconectadas.
Por último, la C, de Corporativa, nos recuerda que la RSC debe ser un elemento transversal, imbricado en las estructuras y los procesos de la empresa u organización: desde su gobernanza a su estrategia comercial, su modelo de gestión o sus mecanismos de interacción con los stakeholders. No se trata de un “brindis al sol” de la dirección a la hora de aprobar meros catálogos de buenas intenciones, ni tampoco de un ámbito de la gestión confinado en un departamento o área específica de la empresa, sino que la RSC debe estar presente en todas las áreas, procesos y territorios que componen la actividad de la empresa y su cadena de valor.
La RSC, por lo tanto, hace referencia a empresas que son más sostenibles a través de la gestión responsable de los aspectos ASG, y con ello, contribuye y/o resulta funcional respecto al cumplimiento de los ODS desde el ámbito corporativo. La RSC es un concepto amplio, capaz de englobar otras categorías presentadas como alternativas, gracias a su sólido bagaje académico y coherencia con los nuevos desarrollos normativos a escala europea (Taxonomía, Normas Europeas de Información sobre Sostenibilidad, Directiva de Diligencia Debida…), en los cuales se subraya la integralidad de los aspectos sociales y ambientales y la necesidad de responder a los impactos a lo largo de la cadena de valor.
Dos décadas después del nacimiento del Observatorio RSC, reivindicamos una vez más esta sigla como seña de identidad de nuestra organización y como anclaje conceptual respecto a los desafíos en curso y aquellos que se presentarán en años venideros.